Concluidos los trabajos veraniegos, siempre exigentes en esfuerzo, los vecinos se relajan disfrutando las fiestas populares, sin abandonar las labores de la huerta, garantia de verduras para el frio invierno.
La utilización de los recursos naturales y el apego de las personas al terruño, es la base, sobre la que se sustenta, la economía rural de subsistencia, propia de siglos pasados. Esas necesidades, guiaron al constructor de este molino.
Pero porqué le llaman «molino de los angelines»? Como Angelines eran conocidos los descendiente de Angel Rodriguez Rodriguez (conocido por Ángel Rodrigo Rodriguez nacido el 01/03/1796) e Isabel Fernández Julian. Esto quiere decir que tenían derecho a moler todos los descendientes del apelido Rodrigo.
Concluidos los trabajos veraniegos, siempre exigentes en esfuerzo, los vecinos se relajan, durante unos días, disfrutando de sus fiestras patronales, sin abandonar las tareas de la huerta, que garantizan el suministro de verduras, para sobrellevar los meses del frio invierno.
Ha quedado la cebada y el trigo en el sobrado, a la espera de que llegue su momento, la sementera. Esos meses de octubre y noviembre, cuando la humedad de la tierra ya permite la germinación de los frutos. Días de lluvias con otros de sol y largas noches van abriéndole el camino a la época de la molienda.
Acondiconamiento del molino.
Llega noviembre, los regatos ya muestran su verdor y los arroyos empiezan a correr. Los vecinos, expectantes, convocan a los propietarios de los molinos para la limpieza y puesta a punto del molino: limpieza de las conducciones de agua y el cubo; revisar el el rodezno; picar la piedra y revisar los ajustes para los tipos de harina que sus propietarios puedan necesitr.e. Terminadas las tareas, se echa a suetes el turno para empezr la molienda. que Dios reparta suerte y que el tiempo acompañe, haciendo entrega de la llave al primero de la rueda.
Nosotros participábamos o teníamos derecho a moler en el molino de los angelines, que debían ser los herederos del Sr que construyó el molino, lo que ya nadie recuerda quien fue y por qué época. Creo que no ha quedado por escrito quienes tenían derecho, pero, recientemente he hecho un resumen y, la persona que mayor recuerdo puede tener de ello, solamente ha puesto ha reparado en un par de ellos, quiere decirse que el resto era todo correctos y estos pudieron vender sus derechos o renunciar a ellos[1].
Este molino, está situado por debajo del puente antiguo, aprovechando un recodo del rio, contaba con la caseta del molino, otra caseta para proteger a los animales y varias pequeñas parcelas, aprovechadas par plantío de chopos.
A primeros de noviembre, suelen llegar las lluviasy el molino y mejor dichos sus propietrios esperan verle arrancar. Todos están necesitados de moler algo de cebada. Algunos ya han ido varias veces a la molinera (la de Corcovado o la de Carbajales) y eso les lleva más tiempo. Cuando las lluvias arrecian, la rueda va mucho más rápidas (la entrada es regulable), el molino no para y no ha terminado uno, que el siguiente ya está preguntando (suele bajar antes y esperar allí). Así que recordamos el refrán y ampliado: “en tiempos de lluvia, los hombres en la cantina o en la fragua” y el que puede en la molienda.
La Molienda
¡Oye, prepárate, que, esta tarde, tenemos que bajar al molino¡que ya termina tu tío Tomás (Tomás y nosotros molíamos el día que le tocaba al abuelo Fraile). Así que padre e hijo, preparan sus costales de grano. No hay tiempo que perder. Allá, a las tres de la tarde, el que está en rueda sube su costal de harina y ya pasa a avisar al siguiente de que puede ir bajando, que Tomás ya está moliendo el último saco.
El tiempo no estaba frio, si acaso un poco húmedo, bastante oscuro por los campillos, lo que confirmaba una tarde de lluvias. Cuando salimos de casa no llovía, pero la amenaza estaba ahí.
Tranquilamente, cargamos la mula e iniciamos el camino. En principio el camino es bueno, hasta llegar al Picón de la Brejera, donde dejamos la carretera para introducirnos en un pequeño sendero, entre piornos y pizarras, que zigzagueando, nos lleva al molino. Cuando llegamos, Tomás ya había parado el molino y estaba recogiendo los últimos restos de harina.
¡Mira que apunto llegamos ¡Ya te digo que hay que andar listo, que no se puede perder el tiempo, es mejor esperar!
Ata el ramal a la herradura ¡
Padre, está empezando a llover ¡
Vale, vale ¡
Audamé¡ Mi padre echa el costal a la espalda y y lo lleva ahasta la tovla.
Desatalé y con cuidado que vaya cayendo poco a poco.
Así, con el traqueteo del molino, la harina va cayendo al cubo. Mientras el chico, distrae su tiempo mirando como sale el agua, la fuerza con la que hace girar el rodezno y pregunta: ¿y donde muele la cebada?
Debajo de la tolva, ahí donde ves esa caja de madera, hay una piedra redonda, que gira por la fuerza del rodezno. Ahh, mira y con ese hierro de allí, todos los años se levanta y se pica, para que con el roce machaque la cebada.
¡Anda, venga, no me entretengas que vamos a coger la harina! Trae esos dos sacos, que tienes que subir a por el otro costal¡
Voy ¡pero no me lo llene mucho.
Cogimos dos medios sacos y los metimos en las alforjas. Tenía que subir rápido y volver. Iba a coger el paraguas, pero mi padre me vio las intenciones.
No lleves el paraguas, que te lo va a llevar el aire y se espanta la mula y lo malo es que te caigas. Échate el tapabocas por encima y dale..
Empecé despacio aquella cuesta arriba, hasta que llegué a la carretera; luego ya iba más rápido.
Llegué a casa y me ayudaron a sacar los sacos de la alforja. Cargamos el costal sobre la mula y lo sujetamos un poco con la soga. Tenía que asegurar que no se me cayera por el camino y vuelta para el molino. No se me olvidó el tapabocas, porque seguía lloviznando y ahora, encima, me daba de cara.
Con la manta sobre la cabeza, apenas se me veían los ojos, y la mula de ramal, me fui camino abajo, hasta rio Malo. Al pobre animal, cargado, lo que más le costaba era bajar el trozo del atajo. Cuando llegamos, ya estaba mi padre cogiendo la harina y ya tenía el saco molido.
De nuevo, cogió el costal de encima de la mula y lo fuimos echando poco a poco a la tolva, hasta llenarla. Ya dejó el saco al lado, para ir echándole más tarde..
Recogimos la harina hasta llenar el costal (bueno, lo que se suponía que yo podía manejar).
Anda¡, te echó el costal a la mula y sube a por otro.
Bueno, pero espere un poco que ahora llueve mucho ¡
Eso no es nada, anda, que no podemos parar el molino ¡
Buenooo, valeee.
A regañadientes acepte. Me cargó el costal, que ahora estaba a medias, y me puse en camino. Esta vez por lo menos subía a caballo. Llegué a casa y mientras descargaban el saco y me echaban el otro costal, me arrimé un poco a la lumbre, tenía las patas del pantalón todo mojado.
Pero allí, mi madre tampoco me dejaba parar:
Venga, anímate, que tu padre te está esperando!. No te olvides la linterna, que si no tu padre no ve¡ cuando llegues abajo dile que haga un poco de lumbre y te secas ¡
Y yo, como decía el refrán: “anda, que mientras vas y vienes no está el camino sin gente”. Así que otra vez, vuelta para abajo. Esa era la rutina del día de molienda. Y mientras bajaba el sendero, yo pensaba: “porqué cuando esta gente bajan a arreglar el molino, no arreglaran el camino? Si es que entre todos los que son no les cuesta nada. Aquello era como un camino de cabras.
Por fin, llego al molino, esta vez mi padre tenía el costal por la mitad. Descargamos la mula y mientras descansaba un poco, la metí en la otra caseta para que no se mojaran las alforjas y la albarda. Me dio tiempo a encender la lumbre y calentarme un poquito. Bueno, calentarme cuando dejo de salir el humo de las jaras, que aún no estaban secas. Gracias a la mula.
Toma, dale esta media lata de cebada ¡
Voy ¡
¿Dónde has puesto la linterna?
Espere, que está en la alforja ¡
Vamos, que te cargo esto y vas subiendo mientras yo termino de moler, que se está haciendo de noche ¡
Me echa el costal, que ya estaba casi lleno, sobre la mula y me dice:
Ve subiendo que ahora voy yo ¡. Dile a tu madre que vaya poniendo la cena que subo enseguida y ve a decirle al tío …. que puede bajar mañana sobre las 9:30, que solo me queda que recoger un poco ¡.
Ya estaba oscureciendo, cuando empiezo a subir aquella cuesta, que se me estaba haciendo pesada. La escasa luz que quedaba hacía que algunas veces echase el pie fuera del sendero y allí estaban los piornos que me avisaban. Y ahí es cuando me acordaba de mi padre, cuando decía: “vamos que se está haciendo de noche”.
Por fin, llegó a la carretera, ahí si que las blancas piedras de la carretera permitían ver un poco más.[2] Además, parecía como si la mula conociera el camino mejor que yo y a su paso fue subiendo, hasta que llegamos a casa. Ella también se había dado una buena paliza, tanto subir y bajar.
Aún recuerdo la caseta del molino como si fuera ayer. Aquel tejado de pizarra, la cubada, donde a veces se cogía algún cangrejo que venía del rio y el traqueteo del molino, mientas veía caer la harina como a golpes. Hoy no quedan más que ruinas y recuerdos.
[1] Estudio realizado en función de los usuarios del molino
[2] En aquellos tiempos la carretera estaba como cuando la hicieron allá por 1930, con pequeños rebollos de piedra blanca, en algunos sitios ya levantada, porque empezaban a circular los automóviles.
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