Hace mucho tiempo que vengo dándole vueltas a la vida de nuestros antepasados en Videmala, como era el día a día en aquel pobre y recóndito lugar del oeste zamorano; como se ganaban la vida, si la pobreza de aquellas tierras  no alcanzaba para la supervivencia

Hasta hace algunos años confiaba que, con los trabajos del campo, la huerta, unas pocas ovejas y cabras serían suficientes para sobrevivir año tras año.  Ahora, he analizado a los vecinos de Videmala y llego a la conclusión  de que, eso solamente era posible para algunas familias, que contaban con más terreno y más ganadería. Estos eran muy pocos y al pasar de generación en generación  se iban dividiendo  y terminaban siendo escasas para todos.  Alguna familia aguantaba si conseguían un buen casamiento.

¿Y la otra mayoría qué?  Los demás encontraron la supervivencia  con un par de burros o mulas, camino adelante, con la arriería. He observado que en  muchas Partidas de Matrimonio se decía “de profesión arriero”.

El arriero, es aquella persona que trabaja transportando productos a aquellos pueblos que escasean y hacen de ello  una actividad económica, que hoy se denomina la venta ambulante. En siglos pasados era el trueque.  En el caso de los vecinos de Videmala eran cacharros (los cacharreros de Videmala) y eran cambiados por otros productos, todo vale. Podemos decir que había: traperos (ropavejeros), cacharreros, chatarreros, laneros, peletero, etc. Todo valía, todo se cambiaba, lo importante es que en el cambio siempre se ganase algo.

Estamos em pleno siglo XXI y cada domingo escucho la misma música: “el chatarreeero, ha llegado el chatarreeeroo”, quiere decir que el negocio sigue vigente. A veces lo que quieres es que se lo lleven, aunque no te de nada y para el es todo benefició

Los cacharreros guimaros miraron principalmente al noroeste español y recorrieron  los pueblos de las provincias de Zamora, León y Orense, adentrándose en Pontevedra y la Coruña, sin olvidar a  Salamanca.

Nuestros convecinos eran muchos y muy queridos por todas las fábricas de cerámica, posadas, almacenes de trapos, lanas y demás. Si no hubiera sido así, las historias habrían corrido como la pólvora. Algunos dieron con la tecla del negocio y sus nietos y bisnietos siguen viviendo del negocio que fundaron aquellas gentes.

La noche en la posada, no era más que una garantía de tomar una cena  caliente y una protección contra el frio, la lluvia, los robos y comida para los animales. En muchas ocasiones la limpieza brillaba por su ausencia (en algún artículo he leído que las gallinas estaban picoteando la migas sobre las mesas y dejando sus excrementos y a continuación la posadera pasaba el trapo y ponía la cena). Se dormía en tenadas o pajares, sobre enjalmas  y muy próximos a los animales (La enjalma era una saca, algo más ancha que un costal, que se rellena de paja por la noche y se vacía por la mañana, se tendía en el suelo, se recostaban sobre ella y se tapaban con la manta).

La cena caliente consistía en un potaje  de patatas, verduras y poca cosa más, acorde al número de comensales que llegasen a la posada.  El desayuno, unas sopas de café o  un trozo de pan con tocino  y a correr.  La mayor parte de estas gentes no comían a mediodía o en todo caso, algo de pan con cebolla.

Se trata de una profesión, donde la experiencia se adquiere sobre el terreno.  Desde la más tierna infancia, los niños acompañaban a sus padres en estas salidas, conocían los pueblos de tanto pasar por ellos, las posadas de tantas noches de historias, el tiempo de tanto mirar al cielo cada noche y a las gentes de tanto llamar a sus puertas. Nuestros guimaros, conocieron de primera mano la actividad alfarera de las provincias limítrofes y sus características. Según algunos estudios, los alfareros ya contaban con una distribución del trabajo desde muy antiguo. Las mujeres se encargaban de la fabricación y los maridos se dedicaban a la venta. La producción era escasa y acorde a las posibilidades de venta. No contaban con almacenes que permitiesen una producción masiva, por lo que había que darle salida rápidamente y ello tenía a los maridos siempre fuera de casa. 

Los hombres, ya fuese en burro o mulo, recorrían los pueblos del entorno próximo y en cada zona se adaptaban a la cerámica del lugar.  Posteriormente, estos trabajos de venta/comercialización fueron asumidos por los traperos, que utilizaban los cacharros para la venta o cambio. El acercamiento de los traperos a la alfarería tenía dos ventajas; por una parte, liberaba a los hombres de la venta y le permitía incrementar la producción y por otra parte  aumentaba el campo de acción, facilitando la salida a esos incrementos de producción.   

En base a este planteamiento me pregunto, acaso los arrieros guimaros, conocidos como cacharreros, ¿pertenecían a gremio de los traperos? Es cierto, según las informaciones que me llegan, que hacían a todo, cacharros, trapo, lana, pieles y chatarra.

En la alfarería también existía una gran especialización.  En cada zona los barros utilizados eran distintos y adecuados para usos concretos. El barro de Moveros es más poroso y es más aprovechable para el frio; los de Pereruela, presentan ventajas para el calor; las cazuelas, utilizadas para las sopas, eran de barros rojos, barnizados, la cerámica de Olivares, era más fina, al igual que ocurría con las alfarerías de Salamanca y León. El acabado de los mismo solía ser con el vitrificado, tarea esta encomendada a las mujeres.

En la información que he manejado, me he encontrado con algunos personajes nacidos lejos de Videmala y otros de los que solamente tengo documentado su nacimiento. Personajes  ubicados en las proximidades de estas alfarerías, por lo que cabe pensar que la vida familiar se desarrollaba lejos de Videmala.

La arriería, realizaba la actividad del transporte a lo largo de toda la geografía, llevando las mercancías de unos lugares a otros. Los guímaros ampliaron esta actividad con la compraventa. Actividad esta un poco amortiguada por los movimientos migratorios de cada momento.  Seguramente esta es la explicación del porqué llegaron a Videmala apellidos del norte de Portugal, Sanabria, Orense, León, etc.

 Eran muchos los vecinos dedicados a este negocio, podríamos decir, sin temor a equivocarnos que, el 75% de los mismos realizaban esta actividad complementaria. Solamente quedaban en el pueblo albañiles, zapateros y aquellos que mantenían una mayor ganadería (cabras y ovejas).

CAPITULO I

¿Arriero o emigrante?

Aunque la arriería guímara, viene de muy antiguo, nuestra referencia me sitúa a  finales del siglo XIX, aunque ya otros muchos habían hecho estos caminos. Lorenzo y Francisca ya se dedicaban a los cacharros  en esta época, siendo acompañados por sus hijos desde muy pequeños, así que el oficio fue transmitido a estos, que continuaron haciendo el camino.  Este matrimonio recorrió, durante muchos años, caminos y pueblos  con un carro y dos mulas, luego, cuando ya fueron mayores y empezaban a sentir el peso de estos viajes, ya se compraron unos borricos y los caminos se hacían más pesados. Solían moverse por los pueblos próximos a la frontera con Portugal. No me han llegado historias de nuestra pareja, pero sí de sus hijos. 

La familia de Lorenzo no debía vivir muy mal, pues según me ha contado algún vecino, de otra familia, que seguramente hacían los caminos juntos, le gustaba fijar la taba de los corderos  en el suelo, delante  de la puerta. Aunque me lo han contado un par de veces, familiares directos no recuerdan nada de ello.

El carro era utilizado para el transporte hasta la zona de actividad.  Llegados a la posada, se descargaba la mercancía y el carro se dejaba a la puerta, hasta su regreso. La distribución por los pequeños pueblos de la sierra, se hacia sobre los animales. Por la tarde/noche, se preparaban las angarillas y allí, con mucho cuidado, protegiéndoles con paja, se iba preparando la carga.

Este tipo de carro (llamado carro de varas), era tirado por un animal, o incluso por dos (uno delante del otro). Aún recuerdo alguno,  que quedaba en Videmala cuando yo era pequeño. Debajo del eje de las ruedas, llevaba una especie de cajón, donde se guardaban determinados productos.

Por la mañana, de madrugada, después de un ligero desayuno, se iniciaba la ruta del día.  Muy bien tenían que conocer estos caminos para llegar a los pueblos. Dura vida la de estos hombres, con lluvia, frio, viento y nieve, forjaron su carácter.

Algunos descendientes, no se debían sentir muy atraídos por el tipo de vida, porque buscaron  otros caminos (dos de sus hijos viajaron en 1920 a EE.UU, el pequeño regresó, el mayor no volvió. Echó raíces allí, vivió muy de cerca el gran desarrollo de los EE.UU, en las épocas en las que el Gobierno cedía terrenos a los que quisieran establecerse en el norte del país. Falleció allí en 1985.  A esa zona llegaron algunos de nuestros convecinos, allá por 1930.

Esto mismo, ocurrió con muchos de nuestros convecinos. A finales del S XIX se puso de moda la emigración a Brasil y la información que rondaba por toda Galicia, lo bien que les iba a los emigrantes y la promoción que hicieron, llegó a los nuestros y muchos de ellos quisieron probar. Así que, a Brasil, por la promoción; a  Argentina, por el idioma y por el desarrollo y a Cuba, por ser colina española y ya sabían lo que había.

Con fecha 15/07/1868  se localiza en Puerto rico a Blas Prieto Antón, comerciante, soltero, de 38 años y natural de Videmala.

A finales del S XIX muchos vecinos de Videmala viajaron a Brasil, Argentina o Cuba, esto facilitó un poco la vida a nuestros convecinos. Enumero algunos de los cuales me ha llegado información:

  • Brasil:
    • El tío Modesto viaja con esposa y tres hijos, la cuarta nació allí. Unos años más tarde regresan, pero la mayor, ya casada, se quedó allá. Entre 1915 y 1920  habían instalado una destilería de caña de azúcar.
    • Los hermanos Gabella, viajan igualmente con la familia. Luis viaja con esposa y dos hijos de 1 y 4 años. Santiago, viaja, igualmente con esposa y dos hijos de 7 y 4 años.  Luis parece ser que fue de los que tuvieron suerte y se hizo con dinero que, periódicamente enviaba para la compra de fincas (compró principalmente en la Josa).
  • Pablo P viaja con esposa y tres hijos. El pequeño se queda con los abuelos para hacerse cargo de la herencia. La familia se quedó definitivamente en Brasil. En 1941 uno de los hijos viajó a Videmala reclamando su parte de herencia. Esta situación provocó un desencuentro familiar, hasta tal punto que en uno de los viajes que el Pablo P viajo a España no llegó a Videmala para ver a su hijo. Le envió un mensaje para que fuera a verlo, si quería, a Palacios del Pan. Mantuvieron relación familiar con otra familia que viajo a mitad del S XX, siendo padrino de uno de sus hijos.
  • Santos F P, casado en Losacino también solicito permiso para viajar a Brasil.
    • A principios del S XX viaja  Antonio R, soltero casándose en Brasil.  Unos años más tarde regresó a Videmala, levantó la casa de la plaza, compro varias máquinas de coser y tenía intención de quedarse.  Poco tiempo después, fallece su mujer y con hijos pequeños no encontró motivación para quedarse, regresando a Brasil
    • A mediados del S XX viajan Antonio P y Ángel R.

Elda González Martínez, describe perfectamente, lo que se pretendía con esta promoción de Brasil y lo que llegaron a ser estas colonias.

Los inmigrantes escogidos: los pequeños propietarios españoles en la Amazonía brasileña.

https://digital.csic.es/bitstream/10261/168079/3/Los%20inmigrantes%20escogidos.pdf

  • Argentina:
    • En 1908 Francisco P, inicia solo la aventura argentina, llegando a la localidad de Puerto Madero, un par de años después viaja su familia directa.
    • Por esos mismos años viaja Juan F, soltero, en 1909, formando familia con Francisca, de origen español, había viajado con un hermano.  Allí nacieron varios de sus hijos. Parece ser que Juan sí que tuvo alguna relación con Francisco.
    • Fructuoso S llega a Argentina en 1910, casado, allí nacieron sus dos hijos mayores Paco y Fermín. Regreso a Carbajales donde nació María.
    • Francisca F R, había quedado viuda y viaja a la Argentina en 1929, fijando su residencia definitiva.

En 1920 una nueva corriente migratoria, esta vez muy importante, permite un desahogo a nuestros convecinos y son muchos los que viajaron a Estados Unidos:

Antonio A, Domingo B, Antonio B, Pedro C, Emilio F, Antonio F, Antonio F, Tomás F, Francisco G, Juan Luis G, José J, Domingo J, Tomás P, Francisco P, Vicente P, Antonio P, Jerónimo P, Francisco B, Ángel R, Tomás R, José S, Antonio V, Isidro V

Regresó la mayor parte, pero siempre queda alguno: Antonio V, Ángel R, Antonio F, Jerónimo P, me atrevería a decir que no se fueron muy lejos unos de los otros, todos siguieron la ruta del norte.

En este movimiento, Cuba quedaba en medio y aquí también llegaron los guimaros, sobre todo en la década de los 20:

Dionisio R, José F, Fructuoso S, Domingo P, Manuel F, José F, Manuel G, Juliana R, Francisco M

Seguramente me habré olvidado de algunos de los que no tengo constancia. Sim embargo, si que habría que añadir otros que ya viajaban a otras zonas de España. Estos movimientos migratorios no limitaron en absoluto la arriería, pero seguro que aliviaron un poco a las familias, no tanto por las remesas de dinero (hoy tan de moda), sino más bien liberaron tierras de labor. A pesar de ello, nuestros guimaros seguirían recorriendo esos caminos, desde la Sierra de Francia, hasta llegar a Santiago de Compostela.

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CAPITULO II

El primer viaje, ese que nunca se olvida.

De los recuerdos que perviven en la mente de un superviviente, está el viaje iniciado por los hermanos José y Antonio y una hija de este, en los años previos a la Guerra Civil. La niña apenas contaba 6 u 8 años.  El viaje se inicia por el Camino de Samir a salir a Mahide, hacia Puebla de Sanabria.  Recorren pueblo tras pueblo hasta Lubián.  No seguían el camino más recto, sino que iban de pueblo en pueblo, buscando aquellos que ofrecían mejores resultados.  Habían mamado el oficio  y aunque no siempre acertaban, eso no importaba, para la próxima vez se dará mejor.

Recorren los pueblos próximos a la frontera con Portugal hasta Verín, siguen por los pueblos del norte, llegando a las proximidades de las aguas termales de Outariz (como pudo, aquella niña me explicó la existencia de las aguas calientes  y sus fuentes: As Burgas).  Llegados a este lugar  siguen el camino de los pueblos del Este, hacia Barco de Valdeorras y Puente Domingo Flórez (todas estas tierras fueron muy recorridas por la familia).

Este viaje había sido una novedad para la niña.  Su padre había permitido que le acompañase y eso ya era importante. Además, ella se sentía mayor y en definitiva era una aventura. Iba a recorrer los caminos  que tantas veces habían hecho sus abuelos. Los padres de Antonio y José solían recorrer los pueblos del sur Orense, en este viaje los hermanos decidieron subir más arriba.

No podía olvidar la transcendencia de este viaje, que la dejaría marcada, primero porque le acompañaba su tío y, en segundo lugar, porque era su primer viaje.

Solo me pudo contar su experiencia como niña, sus miedos  y satisfacciones. Fue su bautismo  en estas tierras que tantas veces recorrió. Le pregunté muchas veces, como es posible que no os perdieseis, como sabías orientaros por esos montes, si no había mapas, no existían carreteras, siempre por los caminos, pero siempre llegando a las mismas posadas, siempre tomando los mismos caldos.

Hay una cosa que me repitió muchas veces, la gran amabilidad de aquellas gentes, que, al escuchar sus voces, abrían sus postigos  y siempre, siempre, ofrecían un caldo calentito.  Me decía que siempre tenían el pote a la lumbre.

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CAPITULO III

Había otras formas de vida y los cambios siempre son duros.

Como he señalado anteriormente, en Videmala había vecinos que ese complemento necesario, de las labores del campo, lo obtenían de la ganadería.

La familia que nos va a servir de guía, en esta aventura de la arriería guímara, el marido, había heredado el oficio de los padres y seguramente de los abuelos. Estaba acostumbrado a este tipo de vida: dormir poco, madrugar mucho, comer  menos y, sobre todo, pasar mucho frio  y lo que ellos llamaban calamidades.

La  esposa, venia de una familia ganadera, dedicada a las cabras. El padre tenía un rebaño de cabras, al igual otras pocas familias más, en las que el beneficio estaba en la venta de cabritos y sobre todos, una actividad más duradera, la venta de la leche.

Con el paso del tiempo, tantos los rebaños de ovejas, como de cabras, se fueron reduciendo, hasta llegar a finales del S. XX, que ya no quedaba ninguno. Este negocio de la leche, funcionó muy bien durante los años de construcción de los pantanos (Ricobayo, Villalcampo y Castro), en los que parece que había mucha demanda.

¿Pero cómo se arreglaban para la venta de la leche?  Las familias, en aquellos tiempos, eran muy numerosas y las tareas se iban  pasado de unos a otros. Unos andaban de cabreros y otros iban a vender la leche. En Videmala, estas familias recorrían los pueblos, por la izquierda hasta Muelas del Pan y por la Derecha hasta Alcañices. A lomos de un burro, con una cántara de leche en cada alforja, los más jóvenes aprendían la vida.

Corría el año 1910, La mujer de nuestra guía  y una compañera, solían ir juntas a vender la leche, camino de Ricobayo y Muelas; a su hermana María, le gustaba más ir  hasta Alcañices. Cuando nuestra guía se quedaba dormida, o bien salía un poco, más tarde, la compañera ya había partido y entonces el padre debía acompañarla por el camino hasta alcanzar a la otra.  Que grande tenía que ser, para necesitar la compañía del padre. La otra, Ana, tampoco era tan mayor (tendría entre 12/14 años), pero ya estaba acostumbrada.

Aquí  cabe una anécdota, no sé si habría terminado la G Civil, una hermana de Ana, 8 años mayor de ella, llevaba como compañera a una hija de nuestra guía, que tendría 8/10 años, se dirigían hacia Muelas del Pan. Ese día llegaron demasiado temprano. Llegadas a Ricobayo, Isabel le dice a la niña: “espera un poco ahí en la peña, que es muy temprano, yo voy andando a vender la leche a Muelas” La niña se apoyó en la peña, se protegió con lo que llevase y se quedó dormida.  Cuando Isabel regresa de Muelas, se la encontró dormida.

La despertó, le ayudó a vender la leche y volvieron juntas a Videmala Ese día se saltó el almuerzo.

Pero bueno, esto viene al caso, que esta familia estaba acostumbrada a desayunar, a almorzar a su regreso, a comer y a cenar. Cosa que en la arriería no era así  y es por ello que a ella le costó tanto su adaptación. Siempre lo echó de menos.

En Videmala, en esta época, tenían cabras, Manuel J y Miguel R. Seguramente me dejo alguno para atrás, pero ante la duda, prefiero no nombrarle. 

Rebaños de ovejas, sí que había 8 o 10 y alguno más que reunía a los pequeños propietarios.  Estos solían contratar un pastor que las cuidaba todo el año.

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CAPITULO IV

Yo quiero ser arriero.

Atraído en un primer momento, por las historias que contaban (las ventajas de la emigración a EE.UU) y haber viajado, junto a la mayor parte de jóvenes guimaros del momento, en busca de la aventura americana, no parece que aquella vida sedujese a nuestros convecinos, acostumbrados a la vida familiar y la mayor parte de ellos regresó pocos meses después.

Antonio, nuestro guía, cuando se casó, continua con la arriería, pero decidió recorrer los pueblos un poco más al norte, se introdujo ya más en la Sierra de la Cabrera.  La amistad con otros vecinos de Videmala le llevan en ocasiones a seguir más arriba, al norte de Ponferrada y  Villafranca del Bierzo.

La apareja de esta historia, solía realizar sus viajes en carro, se acercaban a las fábricas, cargaban el carro y seguían viaje y además pedían que le colocasen más mercancía, en alguna posada situada en la zona por la que se iban a mover.

Habitualmente salían hacia Zamora, a veces cargaban algo, para recorrer los pueblos de los valles, pero la referencia estaba en la zona de la Bañeza, concretamente en Jiménez de Jamuz.  Allí, en la Posada de Melchor, era tal el grado de confianza, que se sentían como en casa. Este tal Melchor contaba con la Posada y además tenía fábrica de cerámica.

Llegados a este punto, cargaban su carro de nuevo, con cerámica de la zona y pedían que le situase otro cargamento en la posada, donde ellos fijarían el centro de distribución, concretamente era en Puente Domingo Flores (último pueblo de la provincia de León, en el límite de Galicia). Aunque esto no importaba, se movían por los pueblos del entorno sin tener en cuenta la provincia.

Como comenta en el capitulo anterior, a la mujer de Antonio, le costó mucho su adaptación a la vida del arriero. Ella no estaba acostumbra a dormir fuera de casa; sus salidas eran de unas pocas horas y a su regreso, siempre le esperaba algo caliente. En esta nueva vida el desayuno escaso y la comida muchas veces se la saltaban. Era por las noches, al llegar a la Posada cuando tocaba una comida caliente. Los viajes, suponían estar hasta un mes fuera de casa, lejos de los suyos y de sus hijos. Siempre se llevaban al más pequeño con ellos, pero los demás quedaban con los abuelos, o bien al cuidado del mayor.

En el caso que nos atañe, la mayor, se quedaba a cargo de los pequeños, otro andaba de pastor. Solían llevarse al pequeño, si era niño de pecho y al segundo, para evitar conflictos.

Continuamos con este viaje, nuestra pareja, recorrió los pueblos, que se encontraba en el camino, en dirección a Puente Domingo Flores. Tardaron cuatro o cinco días en vender su mercancía, pero a su vez iban llenando el carro de nuevo de los productos de intercambio, la mayor parte era lana y trapos. Una pequeña parte chatarra.  En aquellos tiempos, las fraguas aprovechaban todo.

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Llegados a destino, lo primero era ir a entregar los trapos al almacén y ver que hacen con la chatarra. Al día siguiente cuando llega la mercancía de Melchor.  Acomodaron los cacharros en un rincón de la posada y preparan su salida para el día siguiente. En este viaje habían decidido recorrer los pueblos del sur y si quedaba algo, a su regreso, recorrían los pueblos en dirección a Jiménez de Jamuz. La mayor parte de las veces regresaban por allí a liquidar sus deudas. Melchor le fiaba la mercancía, cuando ya llevaban mucho tiempo comprando allí.

En otras ocasiones, regresaban por Sanabria, aprovechaban para cargar el carro de sacos de carbón, en los pueblos de Aliste  y suministraba a los herreros del pueblo y de Cerezal.  También cargaba sacos de cisco, principalmente para uso de particulares.

Si por cualquier circunstancia, detectaba que había escasez de carbón, aprovechaba y daba un nuevo viaje. Pero esto no duró mucho tiempo, en el momento que el carbonero de aliste se percató de la aceptación del mismo, organizaron el suministro.

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CAPITULO V

Otros que conocían bien los pueblos de la sierra.

Habían pasado tanto tiempo recorriendo los pueblos de aquella sierra, que ya conocían a sus gentes, que pueblos se daban mejor y cuales eran más reacios, o quizás que hubiesen optado por otros cacharreros. El caso es que habían decidido cambiar su campo de acción a la parte de allá de la sierra, en la localidad de Oencia.  Aquella posada también era muy familiar. Esta ya estaba en los límites con Orense, un poco más al norte de Puente Domingo Flores.

Son varias las anécdotas. En uno de tantos viajes, llegan a la posada de Oencia, a eso del  mediodía, habían comido  y descansado. Al atardecer se reproducen los hechos que con frecuencia venían realizando “los moros” (Al finalizar la guerra  algunos guerrilleros se asociaron formando el maquis en la Sierra de la Cabrera y vivían en las montañas), por las noches  solían bajar a los pueblos prendían fuego a los palleiros que había en las afueras de los pueblos y mientras todos los vecinos acudían al toque de fuego,  cada uno con los que tenía a su alcance, los moros (es como ellos les llamaban) aprovechaban para robar en las casas.  Esto venía ocurriendo con frecuencia. Los del maquis, solían ir cambiando su campo de acción, pero cada mes o mes y medio les venía sucediendo.

Llega un momento que los vecinos se percatan de la jugada y ya no salen todos, siempre quedaba alguno protegiendo su casa. Esa tarde, Antonio voluntariamente acompaña a los vecinos, pero el posadero  le dice: Tu no. Tú quédate aquí y cuida la posada. Le entrega una escopeta y le dice: Si hay que disparar, tira a matar, si no el muerto serás tú. 

Esta era una zona montañosa, boscosa y escasamente poblada. Los condicionantes necesarios para esos guerrilleros.  Es cierto, que nunca atacaron a los arrieros guimaros o por lo menos nadie lo contaba.

En la temporada siguiente, en otro de los viajes por la zona, llegan a la posada  al atardecer y parece ser que seguían con los mismos problemas, con lo que ellos llamaban “moros”. Pasaron la noche  y al día siguiente se levantan tranquilamente recolocan su carga y después, de reposar un buen rato la comida, deciden salir  para avanzar el camino haciendo noche en el pueblo siguiente.  Era tal la relación existente con los dueños de la posada  que la hija de la casa, al momento de despedirse, les exclamaba: “no se vaya Vd.  Señor Antonio, no se vaya, que los moros  bajan de la montaña, prenden fuego a los palleiros y mientras los vecinos van a apagar el fuego ellos nos roban en casa”. 

Nuestra familia se empeña en salir, a pesar de estar próxima la noche.  Inician el camino. Llevaban una hora de camino y apenas habían recorrido  un par de kilómetros o tres que, la mujer dice: “Antonio, mira donde están”.  Sobre unas rocas, unos cientos de metros más adelante, junto al camino  se veían unas sombras negras, de las que sobresalían unos rasgos en los extremos.  Un escalofrío recorrió sus cuerpos, pero no podían parar, ni regresar. Al fin y al cabo, nunca se habían metido con nosotros, ni nosotros con ellos.

Seguían acercándose y los otros no se movían, temieron lo peor. Cuando ya estaban muy próximos  unos cuervos levantan el vuelo, los tres respiran profundamente y una exclamación sale de sus bocas: ¡jo….! Habían detenido su carro y tras relajarse unos momentos, siguen su camino.  Al final la chica les había metido el miedo en el cuerpo.

Muchos fueron los viajes a la zona y siempre habría alguna anécdota que contar.   Antonio, tenía un perro conejero al que tenía gran aprecio, porque cada vez que se iba al huerto de Vallelprao siempre regresa con un par de conejos, que le daban la vida.  Nunca lo llevaba en los viajes porque se trata de un perro pequeño. No sé por qué, pero en este viaje se le ocurrió llevarle con él. Lo ató  al tentemozo del carro  y el perro hacía todo el camino bajo el carro. Cuando le parecía le soltaba un rato para que hiciera sus necesidades y al cabo de unos minutos  lo recogía y lo ataba. Cada día  por la mañana y por la tarde hacía esta rutina, por la noche le echaba algo de comer y a continuación lo subía para el carro, donde el perro encontraba su descanso.

Uno de esos días, al atardecer, antes de llegar al pueblo en cuestión la mujer le dice: Antonio, suelta el perro un rato, que corra.  Así lo hizo y lo soltó.  Al cabo de unos minutos el perro empieza a ladrar y un poco después, herido, con sus ladridos pide ayuda.  La casualidad quiso que en esos instantes un coche se aproximara  y Antonio no pudo acudir en ayuda del perro.  Unos momentos después, cesan los ladridos del perro y Antonio lo deja estar.  El resto del camino ya no escuchó al perro.  Ya habían llegado al pueblo, llevaban un buen rato en la posada y  habían contado lo ocurrido y el posadero le dice: “menos mal que no entraste al monte, porque anda una manada de lobos que todas las noches se llevan algo. Al cabo de un buen rato, el perro hace acto de presencia, lleno de magulladuras y heridas. Entre Antonio y el posadero curan al perro, le dan algo de cenar y lo trasladan al carro, como cada noche.  A la mañana siguiente, nada más levantarse, van a ver el perro, ante la sorpresa que no había rastro del mismo.  Los lobos habían llegado hasta la puerta de la posada y se lo habían llevado.

https://es.paperblog.com/el-movimiento-guerrillero-en-galicia-leon-el-maquis-en-galicia-426344/

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CAPITULO VI

En esta ocasión, Pablo R, amigo de Antonio y también dedicado a la arriería, le insistía que se fuera a la zona norte de Villafranca del Bierzo, comarca por la que andaba él. No le pareció mala idea, porque estas tierras también las habían visitado con frecuencia.  Como las condiciones no iban a ser muy diferentes, el siguiente viaje acepto la invitación.  Un día, Antonio, prepara su carro  y de madrugada sale hacia Zamora.  En esta ocasión alguien le había ofrecido una partida de imágenes de santos y acepto el reto. Cargó una caja grande de madera, envolvió como pudo las figuras  y como de costumbre partió hacia La Bañeza, donde terminó de cargar el carro. Cogió un par de sacos de alubias y solicitó que le remitiesen un cargamento de loza hacia una posada situada a unos km más arriba de Villafranca del Bierzo. No entraremos en los pormenores del viaje, porque lo que quiero contar es la anécdota de dicho viaje.

Tras varias semanas recorriendo caminos y pueblos, se llega el momento de volver.  Antonio  no había acertado con el negocio de las figuras, no tuvieron la aceptación que el habría querido y le queda más o menos la mitad de las mismas.  Llegaron a la posada y hablaron con el posadero sobre la posibilidad de dejar allí la caja, bien atada, hasta el próximo viaje. La confianza con el posadero era total.

Unos días más tarde, aparece Pablo R. por aquellas tierras y se acerca a pasar la noche a la Posada y le comentan que se trata de una caja de santos (figuras), que había dejado su amigo Antonio, que no había conseguido vender. Pablo se interesó por el contenido de la caja. El posadero no puso trabas, pues era conocedor de la amistad de ambos. Al día siguiente Pablo abre la caja y coge unas pocas figuras y en esa ocasión tuvo mejor suerte, así que al cabo de unos días regresa de nuevo a la posada y se hace cargo del resto.  Pablo vendió todas las figuras y cuando, unas semanas más tarde, regresa a Videmala no informó a Antonio del hecho, ni tampoco le pago las imágenes.

En el siguiente viaje,  Antonio,  regresa a la zona, para intentar vender las figuras y poner fin a la temporada. Como de costumbre, inicia su viaje camino de La Bañeza, carga su carro de cacharros y envía otra partida a la posada en cuestión, tras varios días de recorrido llega a destino y le informan de la noticia. El cabreo fue morrocotudo.   Este viaje era difícil que saliera bien. No podía olvidar la jugada de su amigo. Pasó los días como pudo y solo estaba deseando llegar a Videmala.

El encuentro fue muy desagradable, Antonio  no podía entender que su amigo Pablo le gastara esta broma tan pesada.  Fue tal el enfado que la boda de sus hijos estuvo muy en entredicho.  Antonio no podía permitir que su hija se casara con el hijo de Pablo. Tuvo que pasar más de medio año para que ambos volvieran a entenderse y gracias a la insistencia en el casamiento de sus hijos.

Los viajes en carro eran más lentos y planteaban algunos problemas. Tenían la ventaja de que iban más protegidos en tiempos de lluvia y frio, pero no llegaban a los pueblos más alejados, que ofrecían todas las posibilidades. Se utilizaban preferentemente para viajes más cortos. Algunos recordaremos los últimos que había en Videmala. Igual quedan restos por alguna tenada.

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CAPITULO VII

Los niños también acompañaban en la arriería.

En este viaje, cambiamos los figurantes, pero no la actividad de los arrieros guimaros.  Después de imprimir una serie de mapas, más próximos al mundo comarcal, revisamos de nuevo uno de los recorridos de nuestros paisanos de cómo ganarse la vida  por los pueblos gallegos. Esto me lleva a extender, sobre una amplia mesa, una serie de mapas  para darle continuidad  y tirar un poco de la lengua.

Apenas acabadas las duras labores del verano, y recogidos los frutos de la huerta, aquellos vecinos que se dedicaban a la arriería, se centraban en la sementera.  Dedicados enteramente a ella, con la urgencia de ser los primeros en partir a estas tierras gallegas.  Dejaban descansar unos días a los animales antes de partir, como indicaba más arriba sin fecha de regreso.  Se podría decir que cada viaje podría fijarse como para un mes, pero el día a día marcaría la fecha de regreso.

Este viaje se realiza en caballería.  Era a primeros de noviembre y ya el día anterior se inician los preparativos. Repasadas las angarillas, serones o aguaderas  se iban rellenando con las mantas, pote y aquella comida que pudiera ser transportada (tocino, algún hueso, patatas, et. La barrila y algo de ropa.  No podían cargar mucho los animales si no querían retrasar la llegada. El momento de llegar iba a marcar mucho el de regreso. Siendo los primeros  es más rápida la venta.

Para empezar el viaje no es nada sencillo, pues en aquellos tiempos no existía la red de carreteras que hoy conocemos, muchas de estas eran caminos  que circulaban  por zonas más agrestes que dificultaban el andar. Eran caminos más cansados y lentos. Parece ser que este viaje se lleva a cabo en  el otoño de 1955. En el viajan dos hermanas con sus respectivos y un hijo de cada una, el uno con 18 meses y el otro apenas seis meses, lo que va a complicar  enormemente el camino.

  • De Videmala a Jiménez de Jamuz, próximo a la Bañeza, allí había fábricas de cerámica, muy desarrolladas, de productos  utilizados  en el entorno: Estamos a 90 km aproximadamente. Más de un día de camino.  Se sale de Videmala como a las 3 de la mañana; Vegalatrave, Losacio, Sesnández de Tábara, Ferreruela, Ferreras de Abajo, Camarzana de Tera, Santibáñez de Vidríales,

Fuente Encalada, Castrocalbón y Jiménez de Jamuz (aquí también nació algún guimaro por todos conocido). Una distancia excesiva para hacerla en el día, en muchas ocasiones hay que hacer noche en el camino, para llegar en torno a las 10 de la mañana. La idea es realizar las compras de los cacharros con los que se va a trapichear. Aquí estaba la posada de Melchor, que tambien tenía cerámica, nos trataba muy bien.

No sé muy bien cómo, pero desde este pueblo eran situadas las compras en las distintas posadas que estos convecinos iban a visitar. En este capítulo vamos a señalar dos:     

  • Sobradelo, lugar situado entre Puente Domingo Flórez y El Barco de Valdeorras.  En este viaje se dirigían a SobradeloVega de Espinareda, situada al norte de Ponferrada.
  • Jiménez de Jamuz a Sobradelo: 110 km aproximadamente, por terrenos montañosos y a veces pesados de hacer. Teniendo en cuenta que van a salir en torno a mediodía  hay que hacer noche en el camino. un día muy largo les espera. Daría para cantar muchas canciones  e historia a los niños que acompañaban. El cansancio del día anterior ya se empieza a notar y no se puede avanzar al mismo ritmo. Será necesario hacer noche en el camino.  Se hará un primer tramo de 40 km  por Herreros de Jamuz, Nogarejas, Torneros de Valdería, a dormir a Villar del Monte. A ver si tienen suerte y encuentran sitio en alguna posada.

Al día siguiente, seguirán el duro camino, esta zona es muy montañosa y lenta. Les esperan 67 km  hasta llegar a destino, Sobradelo.  Se inicia el camino hacía Truchas, La Baña, Villaquinta y Sobradelo.

Nuestros arrieros habían llegado a Sobradelo, donde habían alquilado una casa, como en años anteriores. Los cacharros llegaron antes que ellos. Han acondicionado sus aposentos  y disponiendo ya de la mercancía, de madrugada, se disponen a cargar  sus mulas e inician su recorrido en dirección a La Rua-Petín. Varios días estuvieron recorriendo los pueblos del entorno, Por la noche  se paraban a dormir en la posada que hubiera en el camino, que también nos vale.  Cualquier lugar donde poder pasar la noche. No importaba el frio, la lluvia ni la nieve, pero ellos han llegado pronto y no ha llegado la época de lluvias. Ellos no tenían tiempo de esperar que el tiempo mejorase (como decía el refrán “en la sierra o a 100 leguas de ella”.  Cada mañana, mientras él prepara la carga ella levanta al niño y pone a calentar el café. Unas sopas de café será el desayuno de esta familia. Para comer pan con tocino y los restos de la cena.  Sin tiempo para pensar (todo estaba pensado de la noche anterior al amor de la lumbre. Enfozados en su manta (tapabocas) y las señoras en mantón, recorrían  por senderos estrechos, por montes y valles hasta llegar a su destino. Apenas amanece el día  ya están llamando a las puertas de cada casa, algunos, que ya los conocen, le ofrecen una taza de caldo con que calentar las tripas. El niño es agasajado y les invitan a pasar y calentarse, pero no hay mucho tiempo que perder los días son cortos y hemos de recorrer el pueblo y pasar por otro antes de regresar.

El almuerzo, si toca, entre pueblo y pueblo, al cruzar algún arroyo es el momento de detenerse un momento. Los animales beben agua  y comen algún bocado de hierba. Mientras ella saca el pan y el tocino de la talega, él le cuelga la bolsa con un poco de cebada al animal. Los animales adquieren una importancia vital. Sin ellos no son nada. La supervivencia del arriero guimaro depende de ellos.

Han dedicado dos días para recorrer Feais, Cereixido y Rugando. A veces no se puede aprovechar más el tiempo y están obligados a regresar. La noche es peligrosa y a veces sienten la presencia de lobos muy próximos.   Es momento de sujetar al perro si no quieres dejarle por el camino. Hoy regresan a Sobradelo y de camino hay que recoger algo de leña para calentarse al llegar a casa y poder hacer la cena y comida para el día siguiente. 

Han sido dos días por caminos inhóspitos, el tiempo está húmedo y la niebla meona hace que lleguen empapados.  Va a costar mucho encender lumbre.  Entre atado y atado de retamas, ella acerca el pote, es necesario cenar pronto para coger fuerza y entrar en calor. Junto al fuego también hay un puchero con vino, luego acompañado de un poco de azúcar  entona el cuerpo.  Entre tanto, él se encarga de descargar y atender los animales. Luego, a un lado de la lumbre el marido, sentado en el escaño, sujeta al niño. Ella, en pie, detrás del pote trata de aprovechar el calor para secar sus ropas. Al cabo de un rato, sobre una cazuela de barro  se vuelca el contenido del pote, unas sopas de ajo con cuatro patatas, en un plato, al lado, se aparta un trozo de tocino y un trozo de costilla para el día siguiente. Ayudados por el vino parece que han recuperado las fuerzas. El alimento de los niños lo llevan puesto.

Sin tiempo para relajarse  han de preparar la carga para el día siguiente.  Estos trabajos deben estar listos para levantarse y salir de nuevo.  Luego, ya se sientan un rato alrededor de la lumbre.  Es el momento en que él saca una bolsa de tela, que lleva debajo de la camisa, y la vuelca encima de la mesa. Es el resultado de dos días de viaje y apenas ha variado.  El negoció ha sido más bien el trueque. La gente ofrece lo que tiene a cambio de aquel cacharro que necesita: trapos, lana, alguna piel de  animal  o poca cosa más.  Todo esto hay que empaquetarlo bien y protegerlo hasta poder canjearlo

Al día siguiente, la misma rutina. Después de tomar esas sopas de café, el sale a la calle y mira el cielo.  No llueve, pero el viento sopla  hasta ser molesto.   Carga los animales  e inician la marcha.  El camino discurre  entre montes   y altibajos.  La vegetación les protege del viento, pero las copas de los árboles advierten del temporal, en la parte de abajo, entre los matorrales, siempre se mueve algún conejo que atrae la atención del perro, que por momentos se aleja. También el, a través de tanto viaje, ha aprendido  a protegerse debajo de los animales. Hoy ha sido necesario llevarle atado. Él es el que  avisa de cualquier presencia. Entre tropiezo y tropiezo vamos llegando a Santoalla del Monte, hemos de recorrer Riomao y Santigoso. Sin tiempo que perder han de hacer su camino, si no quieren que la noche les coja por el camino. Entrados en el pueblo recorren sus calles, uno por cada lado, cantando: pucheeeros, Cazueeelas, jaaarras. El chirriar del postigo de la puerta enseguida atraer su atención.

Alguien necesita una cazuela. Nuestros guimaros cuentan con ventaja en el trato, llevan cosas que aquellas gentes necesitan, por lo que aprietan algo más en los trapos. Por una parte, aligeran sus angarillas de pucheros y cazuelas y por otras van rellenando sus sacos de los productos de intercambio.

Hoy han tenido suerte, un vecino les ha ofrecido unas hojas de berza, que no han podido rechazar y otro le da un puñado de grelos. Se hace tarde para el regreso, pero tienen que aprovechar. A veces apuran demasiado si ven posibilidades y se les hace de noche por el camino.

 Pero es necesario, al día siguiente inician el camino de regreso a Sobradelo. 

La llegada a Sobradelo sigue el mismo trámite del día anterior. Ella tiene unas tareas a realizar y el otras muy bien definidas. Hoy podían disfrutar de un potaje de grelos, un caldo distinto al día anterior y además un caldo para calentar las tripas al día siguiente. Esta noche pueden tomarse las cosas con más tranquilidad.  Mañana es día de llevar los trapos, pieles y demás  a Barco de Valdeorras para vender sus productos y será el momento de ver algo de dinero.  Hasta ahora solo han visto disminuir la fardela.  Luego, volver a Sobradelo, es como volver a casa. “Aún era de día cuando llegamos a casa”. Pero la rutina sigue Hay que aprovechar el tiempo para poder regresar cuanto antes.  Así que manos a la obra. Ella prepara la cena, mientras él, prepara su carga en las angarillas para el día siguiente.

Así que esta noche cenaron tranquilos, se reían un rato de las incidencias vividas  y recordaban esta o aquella, más que pelea disputa o negociación, y como habían conseguido sacarla adelante.

A la mañana siguiente, siempre antes de ser de día, nuestros guimaros se preparan para partir. Toman esas sopas de café con leche  tan apreciadas, miran al cielo e inician de nuevo el camino. Bien apertrechadas las caballerías inician camino de Rubiana, Oulego, Arnado  y a ver si llegan a dormir a Oencia.  Aquí también es como llegar a casa.  En la posada de  Oencia nos trataban muy bien.

Pero no, hoy no íbamos a llegar. A media mañana tuvimos un disgusto. A medida que íbamos caminando vimos que la mula no iba bien, no quería andar, es como si le costase.  Llegamos al primer pueblo y tuvimos que pedir ayuda.

Necesitaba un lugar para dejar a la mujer y al bebe, mientras regresaba a Puente Domingo Flórez  para visitar al veterinario. No podía rodear y cruza el rio por el puente colgante. Al día siguiente emprendió el camino de nuevo.

Esta es una zona montañosa y mal comunicada, “se vendía mucho”. Esta es la base del negocio.  Recorrimos los tres pueblos y no se dio mal. Llegamos al entrar la noche. Agradecieron nuestra presencia. No habían empezado a llegar los arrieros a la zona  y eso indicaba que al día siguiente se iba a dar bien.  Descansamos e intercambiamos historias y aquella chica, que en otro momento  decía: “Señor Antonio no se vaya usted…” sacó una jarra de vino para animar la conversación. Luego prepararon un pote de patatas  guisadas y a dormir.

Aquí entramos en plena sierra  y al día siguiente Castropetre, Cabarcos, Portela de Aguilar para llegar a dormir a la posada de Cancela, esa era la intención, luego, Dios dirá.  Como los anteriores, pueblos pequeños  pero agradecidos. Gentes muy humildes que solían recibirte con una taza de caldo (parecía que todo el mundo tenía siempre el pote a la lumbre con el caldo). Algo que agradecíamos profundamente, por lo que el camino siempre era más llevadero y entre pregón y pregón recorríamos el pueblo: Cazueeelas, Pucheeeros,  jaaaarras, compro traaapos, etc.… luego un par de horas o tres de camino  hasta el pueblo siguiente, deteniéndose apenas para comer, eso cuando había que, porque muchos días solamente se almorzaba y se cenaba

Algunas posadas apenas contaban con una sala para comer y unas grandes tenadas, donde cada uno se iba acomodando en un rincón con la familia, las caballerías y el perro, el amigo fiel que no podía faltar.  Unos sacos de

paja hacían de colchón.  Llegabas, descargabas los animales y le echabas de comer. El posadero ya te cobraba la paja y el pienso, este siempre escaso, si querías más a pagarlo. Luego si querías cenar avisabas al posadero y en una larga mesa cada familia iba tomando asiento. Luego un rato de charla e intercambio de historias, para después cada uno retirarse a sus aposentos.

Hoy no era el caso, pero si por cualquier circunstancia coincidían dos o más dedicados al mismo negocio habría que madrugar para salir antes que el otro.  El primero que llega gana o en todo caso ponerse de acuerdo para no ir por mismo camino.

De madrugada  cargamos nuestros animales y salimos hacia Leiroso y Sanvitul, dos pueblecitos que siempre se habían dado bien y que hoy tampoco defraudaron. Siempre compensaron la dureza de estos montes. Quizá hoy los caminos parezcan más fáciles, pero en aquellos tiempos  no eran accesibles más que con burro y por un camino de cabras.

A la mañana siguiente, los cacharros destinados a la venta ya escaseaban, pero estabas obligado a continuar, si hay que comprar pues se compra. Llegados aquí he de explicar que los cacharros destinados a la venta eran principalmente cazuelas, pucheros y jarras de barro, porque ocupaban poco espacio y podías llevar más unidades. Si hubiesen cargado de Cantaros o barreños, se habrían terminado en un par de días.

Así que continuamos con lo que quedaba y los productos intercambiados que no tenían venta hasta llegar a los almacenes.  Hoy apuramos un poco por Pradollan, Salas de la Rivera y Quereño, camino de regreso a Sobradelo.  Paramos en Puente Domingo Flores para llegar al Almacén y conseguir algo de dinero. Por el camino conseguim os alguna berza y unos grelos y siempre que podían un poco de leche.

Cuando llegamos a casa ya era demasiado tarde, así que al día siguiente hay que tomárselo con calma.  A pesar de todo, a media mañana, nos acercamos a Alixo y Candeda. Casi habríamos ganado más quedándonos en casa. Hoy no ha salido nada bien. 

Al día siguiente  salimos hacia Puente Domingo Flórez, para seguir ruta hacia el sur; Vega de Yeres, Castroquilemes y Robledo de Sobrecastro, con la intención de seguir adelante hasta donde lleguemos. Al fin y al cabo, son 13 km, pero de malos caminos.

Pombriego, Yebra y Santalbilla, con la idea de hacer noche. Al día siguiente, ya con la poca mercancía que nos queda, iniciamos camino de Sigueya, Lomba y Silvan. A media tarde, nos habíamos quedado sin cacharros y decidimos iniciar camino de regreso hacia  Casaio y Lardera a llegar a Puente Domingo Florez, donde pasamos la noche y de buena mañana vendemos la carga en los almacenes y regresamos a Sobradelo, para cargar de nuevo.

Llegamos a la hora de comer y nos arreglamos como pudimos. Un guisao de patatas con su refrito.  Por la tarde ya preparamos la carga para el día siguiente. Preparamos la cena pensando que mañana habría que comer.

Como de costumbre, después de esa bendición de las sopas de café con leche, iniciamos nueva ruta a San Pedro de Trones, Sotillo de Cabrera y Benuza. La idea era recorrer Benuza esa misma tarde y quedarnos en la posada.

 Al día siguiente, salimos con dirección a Santalavilla y Llamas de Cabrera, que ya habíamos recorrido unos días antes, pero era el mejor camino para llegar a Odollo, Castrillo de Cabrera y Corporales, donde pasaríamos la noche. Teníamos mejor camino  y podríamos avanzar más rápidamente.

Bailo, Truchas y Truchillas y si  el tiempo lo permite, terminaremos el día en Santa Eulalia de Cabrera. Al día siguiente Robledo de Losada y Encinedo, e iniciaremos camino de regreso sin demora, para intentar llegar nuevamente a Casaio. Otros 27 km.

El viaje de regreso a Videmala ya está próximo.   Entregamos de nuevo en Puente Domingo Flórez. Esa misma mañana empezamos a pensar en el regreso. Aprovechamos para descansar ese día y preparamos la mercancía que nos queda para el regreso.  Esa noche ya empezamos a hacer cuentas.  Ya sabíamos cuál era el resultado del viaje.  Apartamos el dinero para el próximo  y nos alegramos  del resultado. Podría haber sido mejor, pero aún nos queda  algo de venta para hacer el camino de vuelta.

A la mañana siguiente, con un humor diferente, nos encaminamos hacia Casoio, Casaio, La baña, Manzaneda, Torneros de Valdaria, Castrocontrigo y Nogarejas.  De aquí se gira a la derecha por Cubo de Benavente  a salir a Rionegro del Puente, giramos a la derecha por Val de Santa Maria, Otero de Bodas, Ferreras de Abajo, Tábara, Escober de Tábara, San Martin de Tábara, Losacio, Vegalatrave, Vide y por fin Videmala. El camino de regreso era más rápido, en los primeros pueblos  nos entreteníamos un poco para rematar, luego dormir  allí donde cayera la noche. Elegimos el camino de Castrocontrigo, porque a pesar de ser un poco más largo, era mucho más descansado.

La arriería ocupaba los meses fríos, de baja actividad agrícola. Meses que o bien se ocupaban con la ganadería o bien se dedicaban a buscar cuatro pesetas por los caminos adelante. Los pueblos colindantes  se dedicaban mayormente a la ganadería, sin embargo, los de Videmala optaron por  andar los caminos. 

Algunos han definido los pueblos de esta zona como las Hurdes leonesas. Por algunas descripciones de viajeros a los pueblos de la zona, se puede decir  que aquellas Hurdes  planteaban pocas diferencias con los pueblos de Aliste: las mismas gentes, las mismas costumbre y vestimentas, los mismos tipos de construcción  con sus tejados  de faleitos cubiertos con pizarra, sus portalones, etc. La pobreza  de las gentes del lugar  queda muy bien descrita en el Blog de los pueblos de la Cabrera  http://www.jesusfelipe.es/ramon_carnicer.htm  en las que la maestra de la Saceda  le cuenta a un  visitante, allá por 1960, como eran las bodas del lugar “Pues sí, Señor; así es. El pueblo es de una pobreza inconcebible; las cantidades de dinero que reúnen es irrisoria y los regalos son humildísimos: un saquete de castañas, un ovillo de lana…….”

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CAPITULO VIII

Sería fácil ir enumerando pueblos y rutas, pero siempre nos dejaremos atrás las pequeñas aldeas, difíciles de localizar en los mapas, y a veces  los caminos son muy empinados, tortuosos y embarrados. Amanecerán días ventosos, lluviosos e incluso nevados y sin embargo la vida debía seguir. La vida del arriero era muy dura, tanto por el medio como por la climatología. ¿Y los bebes?  He obviado entrar en este tema porque los que tenemos un mínimo de memoria histórica  también vimos como las mujeres llevaban a sus hijos a la espalda y a pesar de ello tenían que seguir trabajando. Como otras veces veíamos a la madre  coger a su niño en brazos, envolverle en el mantón y seguir el camino. Pues todo aquello, elevado a la enésima potencia por las dificultades de frio, lluvia  y la dureza del terreno. Imaginemos, por un momento, como colocarían aquellos bebés en algún hueco de la alforja, para poder descansar un rato. Los padres se iban turnando con el niño a la espalda y como muchas veces la angustia se apoderaría de los padres viendo como la criatura, llorase, afligido por el frio o por el hambre.

Pero continuemos con la historia. Sabían cuando salían y adonde querías llegar, pero cada tarde  la realidad te marcará el lugar.

A continuación, hacemos mención a otra ruta que nos llevará por los pueblos del norte de Villafranca del Bierzo.  Si bien, aunque también eran apreciados en las posadas un camino menos recorrido que el anterior

Se podría decir que los denominados Guimaros era un pueblo abierto  y dispuesto a la aventura. Muy dura debía ser la vida en Videmala cuando estaban dispuestos a emigrar a tierras lejanas.

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CAPITULO  IX

La ruta del sur.

Muchos fueron los que recorrieron estos pueblos de Sayago, próximos a Zamora y el norte de Salamanca.  Sin embargo, hubo otro que siguieron  hacia el sur de Salamanca. Pero la Ruta del Sur no terminaba aquí.

Cuesta un poco entender que estos cogieran el camino de Zamora, donde cargaban sus carros, con la Cerámica de Olivares, pero no iniciaban su venta a hasta entrados en tierra de Salamanca. Tenían varias rutas a seguir, algunos al llegar a Ledesma se encaminaban hacia Vitigudino y sus alrededores.  Otros continuaban hacia el sur.

Estos primeros pueblos eran muy recorridos y había mucha competencia, por lo que los más intrépidos continuaban su camino, ni siquiera detenían sus carros  y sacaban su mercancía.

Los personajes de nuestra historia continuaban su camino hasta llegar a Santa María y Sando, donde había una Posada  muy frecuentada  y con cierto grado de familiaridad (la Posada de Santos).  Muchos años después  algunos siguen recordando el nombre de dueño: Santos, autor de un dicho que algunos habrán escuchado muchas veces “Ay Pepe, Pepe, que Pepe estás hecho”

A partir de aquí, nuestros guimaros, ya empiezan a recorrer pueblo tras pueblo, a detenerse en las plazas y sacar sus cacharros.  Como en la zona de Galicia, el trueque  era la base del negocio.  Se cambiaba todo y por todo: lana, trapos, chatarra, etc… No eran los pueblos grandes los más interesantes, pues siempre tenían sus necesidades atendidas. Se buscaba aquellos pueblos pequeños, lejos de núcleos de población  que pudieran suministrarles.

No vamos a describir los recorridos, como en la zona de Galicia, pues lo importante es identificar  los lugares de mayor negocio para nuestros guimaros.  Cruzaban la carretera que los llevaba a Ciudad Rodrigo y llegando a la zona de Tamames, se dirigían a recorrer los pueblos de la Sierra de Francia, conocidos como la Alberca. Visitaban todos los pueblos de las estribaciones de la sierra, sin introducirse en las zonas altas.  Esta zona les entretenía un par de semanas.  Las paradas en los pueblos ya se hacían más pesadas. Había que descargar, a cada vez, las sacas de lana, trapos y la poca chatarra que hubieran recogido, para poder sacar  los cacharros. Al igual que en el norte, mientras los hombres iban preparando el escenario, las mujeres y los niños recorrían el pueblo cantando  la mercancía existente.

Los vecinos ya sabían que contaban con un par de horas para poder decidir que necesitan y que pueden aportar.   Este sistema  les facilita la labor. En un principio, los traperos se dedicaban a los trapos, los arrieros a transportar lo que les encargaban, los cacharreros  vendían sus cacharros en los pueblos próximos.  Los arrieros guimaros o cacharreros fueron capaces de unificar estas tareas y beneficiarse de un comercio más fluido.

Recorridos los pueblos de la sierra, inician el camino de regreso hacia Salamanca, recorriendo los pueblos  próximos a su ruta. Nuestro guía deseaba llegar a Salamanca, pues recuerda que había varios conventos de monjas que le vendían la lana de los colchones y trapos, con los que cargar su carro.

Cuando el viaje se daba bien, lo vendían a los almacenes próximos y esto permitía seguir trapicheando por los pueblos del norte hasta llegar a Zamora.

En la provincia de Salamanca  la fabricación de cerámica estaba muy extendida, en cada zona con características propias.  Esto le permitía cargar su carro y vender un producto típico de la zona.

Como ya he indicado más arriba, el remate final la realizaban en los almacenes de trapos situados en San Lázaro, luego terminaban el día descansando en alguna posada de Zamora. En este caso era en la Posaba de Silvestre, que estaba subiendo por el Arco de Doña Urraca, a la derecha muy cerca de la muralla.

Tanto en la zona norte (Los Valles), como la zona sur (Sayago) generalmente eran recorridos por arrieros de salidas cortas, podríamos decir de una semana y con animales que ofrecían pocas posibilidades (burros).  Aquí me he referido principalmente a largas distancias y estancias, en torno a un mes.

Esta gente dormía en las posadas o ventas.  ¿Pero, como eran aquellas posadas?  La Posada solía contar con:

  • Una gran tenada.
  • Pajares
  • Un gran corral o una plaza.
  • Cuadras para los animales
  • Una casa con un portal o una cocina grande.

A la posada llegaba todo tipo de negociantes o arrieros. Salvo alguno más pudiente que encargara su comida, todos comían en torno a una mesa grande.  Atendían sus animales y los arrieros  llenaban una saca de paja que les servía de colchón.  Por lo general en la posada cenaban y descansaban.  Por la mañana salían de madrugada. El almuerzo y la comida cada uno donde podía.

Hasta la Alberca, además de nuestro guía, llegaba Paco Ramajo, acompañado de su hija y “el Tío Francisco el C”. Seguramente habría más, pero no dispongo de referencias.

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CAPITULO X

¿Y tú, por donde andas?

Contaba, al principio de esta historia, que eran muchos guimaros los que buscaban ese complemente durante los meses de menor actividad. Era frecuente el encontrarse en las posadas y no por ello se miraban con recelo, ni se hacían competencia.

A continuación, vamos a enumerar algunos de estos arrieros de los que tengo constancia:

Algunos llegaron para quedarse:

  • Finalizando los años 20 del pasado siglo Pablo Gago Bartolomé partió de su pueblo natal Videbuena provincia de Zamora con dos carretas cargadas de Loza de Benavente hacia Galicia donde pensaba trocar dicha mercancía por utensilios metálicos, trapos, etc. Con el paso del tiempo y ya establecido en Santiago de Compostela, al pie de  la muralla, su negocio fue asentándose hasta que, al final de la guerra civil española, tomaron el relevo sus hijos Serafín y José. Con ellos se inició una nueva etapa consistente en la compra directa de hierros y metales, así como la venta de hierros aprovechables. (Información que figura en su página Web.)
  • Por la misma época, Serafín, sobrino del anterior llega igualmente a Santiago Compostela, siguiendo igualmente el negocio de los cacharros y unos años más tarde se introduce en el negocio de la chatarra (Herederos de Serafín Bartolomé Gago).
  • Con la misma actividad  llega a Lalín  otro convecino: Pablo Rodríguez. La familia fue muy conocida en todo el entorno. Eran conocidos como “los trapeiros de Lalín”.
  • Por 1925  otra familia llega a la zona de Forcarey.  Ángel Rapado A. Alguno de sus hijos ya nació por aquellas tierras. En una ocasión, preguntaba a uno de sus descendientes: ¿y tus tíos más jóvenes donde nacieron? La respuesta fue: “donde había feria el día que llegaba el parto”.
  • A Maside, Orense, llegó para quedarse Pablo Alejandrino Prada E.
  • Bastantes años más tarde llegaron:
  • Manuel Alfonso, al pueblo de Verín. Felipa, había hecho muchos viajes a esta zona con sus hijos Luis, Manuel y Andrés, por lo que años más tarde Manuel fijo aquí su residencia.
  •  Anselmo y Julián Gago  se establecen en Marín, Pontevedra. También encontraron en la chatarra su medio de vida. Hoy día sigue funcionando. Seguramente podrían contarnos historias de barcos.
  •  Francisco Prada, Juan Falcón y António Lorenzo empezaron recorriendo las tierras del bierzo y al final se establecieron en  Villafranca del Bierzo.
  • Braulio Julián, apareció muerto junto al rio Támega en las proximidades de Verín y Luis Alfonso también perdió la vida en esta zona.
  • José Fraile recorrió las tierras del sur de Orense, fijando su residencia en La Gudiña.
  • Juan Falcon, se movía, igualmente, por los alrededores de Ponferrada.
  • Otro Juan Falcón se fue más lejos. No sé cómo llego, pero se instaló en los pirineos orientales, muy cerca de la frontera.
  • David también recorrió varios años aquellas tierras para luego fijar su residencia en Villafranca del Bierzo.

Otros muchos recorrieron estas tierras, siempre con billete de vuelta:

  • Santos Rapado, Gregorio gallego y los manuelines, recorrieron los pueblos del sur de Orense y la Carballeda
  •  Pablo Rapado, los pueblos por arriba de Villafranca.
  • António por la zona de las Médulas.
  • Aurelio recorría los alrededores de Posada de Valdeón (próximo a Asturias) y de Riaño.
  • La tía rosa y Angelito.
  • Secundino se movía como pez en el agua por todo Sayago, bien había ido a nacer a Jiménez de Jamuz, junto a la Bañeza.
  • La familia Ramajo Fernández (padre e hijos) recorría Sayago y entraba a Salamanca hasta la Sierra de Francia.
  • Margarita llegaba hasta León, por la zona conocida como los Valles.
  • Benegildo recorría la zona de Benavente y los valles. En uno de los pueblos de Benavente me contaban, había una señora que, en todos los viajes, le compraba una cantidad exagerada de platos y siempre le pagaba con judías. Seguramente luego los vendería a sus vecinos.
  • Dominga Ramajo, recorría los pueblos por arriba de Losacio
  • Arturo  recorría los pueblos al este de León.
  • Justo, Rafaela y compañía se movían por Sayago y Salamanca.
  • Rafael tenía sus clientes por la zona sayaguesa.
  • Geminiano, por Sayago y norte de Salamancas, fijó su residencia en las proximidades de Vitigudino.
  • María Gago, por Aliste.
  • Jacinto por la zona de Villafranca del Bierzo.
  • Antolín por la zona de Sanabria y la Carballeda.
  • Las hijas de la tía Ángela se movían comprando botellas de vidrio por la zona de Ferreras.
  • Luisito  por Sayago y Salamanca.
  • Francisco Vaquero recorría los pueblos de Aliste.
  • Fernando Prada también se movía por los pueblos de Aliste
  • Jesús Fernández  recorría pueblos próximos a Astorga, solía para en Posada de Valduerna.
  • Antolín se movía igualmente por la zona norte de la Bañeza, incluso coincidía con el anterior en la posada de Zacarias.
  • Anselmo  y António Fernández, se movían por Sanabria, las Carballeda y pueblos del sur de Orense.
  • Josefina por Sayago.
  • Santos Julián  recorría los pueblos de los valles de Benavente y tierras del sureste de León.
  • Tomás Prada los pueblos de Sayago y Aliste.
  • Tomás y Vitoria se movían por los valles de Benavente y sureste de León.  Alguna vez acompañarían a Lorenzo por la zona de Sanabria, la Carballeda y sur de orense.
  • Los Gabellas se movían por Galicia (entendido como el sur de Orense, zona de Verín).
  • Santos R.  por la zona de Sayago.
  • Paulino
  • Santiaguito se movía por Sayago y los pueblos del norte de Salamanca.
  • Vicenta
  • Rosa Prieto, Ángel Ramajo
  • Marcos por la zona de Villafranca del Bierzo.
  • Santos Julián y Marcelino llegaban hasta Puente Domingo Flores.
  • Gregorio Lorenzo, por la zona de Vitigudino y norte de Salamanca.
  • Santos Domínguez y María llegaban hasta Guijuelo, en Salamanca y seguramente se acercarían hasta la Sierra de Francia. Sus padres no andarían muy lejos.
  • La familia de Constancio llegó hasta las proximidades de Covadonga, donde una de sus hijas fue asistenta del párroco de Covadonga.

Bueno, vamos llegando al final. Después de esta larga lista de vecinos dedicados a los cacharros, trapos, chatarra o lo que sea, ya podemos entender que importante era terminar los primeros los trabajos de siembra y llegar los primeros a  nuestras zonas preferidas. Ahora ya podemos entender porque era posible que nuestros antepasados se pudieran encontrar en las posadas leonesa.

Muchos de vosotros, habéis oído alguna vez la frase: “en tiempos de María Castaña”. Una brava gallega de finales del  s. XIV que lideró una revuelta contra el obispo de Lugo dio origen al refrán. Se ubicaba en las tierras de Monforte de Lemos hacia el norte. Traigo esto  colación, porqué era la tierra de los Guimaros (guimaros de Brollón) y también porque aquellos vecinos nuestros recorrían esas tierras. Muy posiblemente  nuestro apelativo pueda estar relacionado con las andanzas por estas tierras de los arrieros de Videmala. Echarle un vistazo a la definición recogida por el Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo y ver qué relación podría existir con nuestros vecinos.

Seguramente hay otros muchos de los que no tengo constancia. Sin embargo, tenemos una anécdota fechada de 1992.  Se inicia el curso y el profesor va preguntando a los niños de donde son. Cada niño va contestando y llegado a este le dice: ¡de Videmala!  El Profesor era de la Venta de Sogo. Pues cuando vayas a Videmala le das recuerdos a Rafael y Cristina de mi parte y le dices que tu profesor es de la Venta de Sogo.  Recientemente y finalizando el año 2018, hablaba con un compañero de Salamanca, de la zona de Vitigudino.  Le comentaba que allí también habían llegado los cacharreros guimaros.  El conocía  perfectamente a Emiliano y a Conce y dice: ¡Ahh no, pero estos no vivieron en Vitigudino, estos vivieron en un pueblo próximo, y efectivamente se dedicaban a los cacharros. Emiliano empezó a trabajar en un taller y de la chica, que era fuerte, no sé qué fue de ella…!

Faltan por nombrar muchos de nuestros vecinos, que eran los que andaban por Sayago, Aliste y los Valles de Benavente

ROMANCE DEL ARRIERO

Caminito de Bembibre, caminaba un arriero
buen zapato, buena media, buena bolsa con dinero.
Arreaba siete machos, ocho con el delantero
nueve se pueden contar con el de la silla y freno.
Detrás de una encrucijada siete bandidos salieron.
– ¿A dónde camina el mozo? ¿A dónde va el arriero?
– Camino para Bembibre con un recado que llevo.
– A Bembibre iremos todos como buenos compañeros.
– De los siete que aquí vamos, ninguno lleva dinero.
– Por dinero no asustarse, que el dinero yo lo tengo,
que tengo yo más doblones que estrellitas tiene el cielo.
Ellos como eran ladrones se miraron sonriendo.
Ya llegaron a una venta, echaron vino y bebieron,
y el primer vaso que echaron fue para el mozo arriero.
– Yo no bebo de ese vino, que me sirve de veneno.
Que lo beba el rey de España, que yo por mí no lo bebo.
Al oír estas palabras los puñales relucieron.
El arriero sacó el suyo que era de brillante acero.
Del primer golpe que dio, los siete retrocedieron
al segundo que tiró, cinco cayeron al suelo.
Gritos daba la ventera por ver si la oía el pueblo;
ha llegado la Justicia, le han llevado prisionero.
Escribe una carta al rey, contándole aquellos hechos.
Cada renglón que leía, el rey se iba sonriendo:
– Si mató cinco ladrones, como si matara ciento;
siete reales tiene el mozo, mientras viva en este reino.

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